lunes, 21 de septiembre de 2009

Acción, denuncia y alegría.

Un post escrito a la rápida sobre los métodos de la lucha contra la pobreza. De la violencia y la división al compromiso cívico y la fraternidad.

A manera de introducción.

Al inicio de las comunidades humanas el pasar de sus integrantes era muy similar. Eran tribus pequeñas y la buena o mala suerte la corrían todos por igual. A medida que esas comunidades se hicieron sedentarias y crecieron en número, el pasar de sus integrantes se fue diferenciando. Así, algunos resultaron menos favorecidos ya sea en ingresos, bienestar, prestigio social, etc… Contemporáneamente a los miembros de este grupo se les llama pobres y se usa principalmente para denotar la falta de ingresos, aunque persisten aun hoy pobrezas de otro tipo, también relevantes. Es en este sentido que debe entenderse la palabra pobres en este post.

Junto con el crecimiento de las comunidades humanas se dio una evolución de sus sistemas políticos. En un punto de dicho proceso, los pobres empezaron a cobrar relevancia. Surgieron los primeros grupos que se ocuparon por la “cuestión social”. Esto no fue privativo de las izquierdas. De hecho, al menos a partir de la segunda mitad del siglo XX, todos los movimientos políticos tuvieron (y tienen) una posición respecto de este tema.

Enfocándonos puntualmente en este pasado próximo, notamos que la búsqueda de la transformación social, es decir, de la superación de los problemas de los pobres, se recurrió a métodos sumamente violentos. Estos métodos se justificaban en grandes discursos (metarrelatos), narraciones de proezas, de mártires, de hombres que se exponían a tremendos peligros en pos de sus ideales. Relatos de hombres especiales, por sobre la media, casi elegidos, dispuestos a entregar todo… hasta la vida. Esta idea tuvo gran acogida en la población debido a su romanticismo. Este pensamiento apelaba al deseo de muchos de verse como personajes de una novela de caballería. De un proyecto grandioso donde se tiene un rol fundamental que permite la exaltación de cualidades casi sobrehumanas. Sin embargo, más allá de esas imágenes románticas, este modo de búsqueda de la transformación social nos llevó a grandes tragedias: Terrorismo subversivo, terrorismo de estado, guerras civiles y la propagación de ideologías reduccionistas que pretendían poner a la comunidad por sobre los individuos.

Esta situación es claramente reprochable. Habrá quien al leer esto me acuse de caer en un anacronismo. Dirán ellos que el contexto era distinto, que no se puede juzgar a la luz del presente hechos del pasado. A ellos les respondo que no estamos hablando de épocas remotas, sino de hace tan solo unas décadas. Recordemos tan solo que la declaración universal de derechos humanos data de 1948. En todo caso la acusación de anacronismo es irrelevante para lo que sigue de este post.

El abandono de la antigua estrategia.

Tras el fin de la guerra fría, las derrotas de importantes grupos subversivos y la caída de múltiples gobiernos de facto hemos presenciado un advenimiento de regímenes democráticos. Quizás imperfectos, pero democráticos al fin. En este contexto, los relatos maximalistas chocan con la gradualidad de las transformaciones en democracia. Así, los movimientos que bregaban por la promoción social de los pobres de modo violento o exigiendo transformaciones abruptas han debido cambiar.

Contemporáneamente, en el trabajo por la promoción de las capas de población más desfavorecidas ya no tiene cabida la idea del sacrificio máximo que otrora llevó a muchos a tomar las armas y quebrar la ley, ya no tienen cabida los relatos de hombres y mujeres heroicos en el sentido de las grandes novelas dispuestos a morir por una causa o sacrificar totalmente su bienestar y el de los suyos por ella. Ya no tiene sentido volcarnos al metarrelato. Hoy, la búsqueda del desarrollo social debe basarse en acción, denuncia y alegría.

Acción, denuncia y alegría.

Acción, para realmente mover el engranaje de la transformación. Si bien es necesario tener ideas claras y conocimiento respecto de aquello que se trata de cambiar, es fundamental que el compromiso con el cambio esté aparejado con la acción directa, con el trabajo codo a codo con quienes se desea ayudar. Trabajar codo a codo para remover una a una las barreras que impiden el ascenso social. Y digo “codo a codo” refiriéndome a “como iguales”, o sea, no como A ayudando a B, sino como A y B trabajando juntos para dar forma un lugar donde ambos vivan mejor, porque superando la pobreza ganan tanto quienes la padecen directamente como quienes lo hacen de modo indirecto (todos los otros individuos de la comunidad).

Denuncia, para hacer patente la realidad que desagrada. Hay que poner el dedo en la yaga para hacer conscientes a los otros miembros de la comunidad de la realidad que se juzga indeseable. Esto es críticamente importante ya que la pobreza, por ser tan común y haber sido tan duradera, muchas veces parece ser parte del paisaje, se asemeja a lo natural ante ciertos ojos. Este fenómeno conduce a la inacción (y claro… si es algo natural que casi ni se percibe, ¿Cómo vas a enfrentarlo?). Al quebrar esa naturalización de la pobreza se estará en mejores condiciones para llamar a otros a sumarse al esfuerzo para superar este flagelo. La denuncia también es necesaria para quien ya está comprometido con la causa ya que, como el niño que aprende repitiendo la lección, el denunciar es un permanente recordar el objetivo del esfuerzo.

Y alegría, para no caer en el discurso trágico y maximalista como otros hicieron antes, para hacer más llevadera una labor que de por si es ardua, para ocupar el lugar que de otra forma tomarían la violencia, la intolerancia y el pesimismo. Claramente no estamos hablando de una alegría bobalicona, naíf, sino de una producto de la esperanza, de la confianza de que con esfuerzo lograremos la transformación deseada. Alegría de que todos podemos aportar en este proceso sin “morir en el intento”. Alegría de que el ciudadano común puede hacer la diferencia asumiendo sacrificios razonables, que no implican un quiebre total con su proyecto vital.

Han quedado atrás los días de las luchas fratricidas, los días en que involucrarse en la construcción de una sociedad sin pobreza implicaba graves renuncias y la aceptación de grandes penurias. Hoy el compromiso por la transformación social no pide eso. Me atrevo a decir que dichas prácticas restan en vez de sumar. Por el contrario, hoy la búsqueda del desarrollo social debe compatibilizarse con un proyecto vital, familiar y profesional y, sin duda, con el respeto a las leyes.

Ya no se requieren grandes discursos ni son fundamentales los líderes carismáticos a los cuales seguir. Por el contrario, más que palabras se requieren ciudadanos comprometidos y dispuestos a entrar en acción, a poner manos a la obra para construir una sociedad mejor para sus integrantes. Como dicen por ahí, no basta con soñar un mundo sin pobreza, hay que levantarse a construirlo.

Ya no aportan las personas que ven la lucha contra la pobreza como una lucha entre facciones, entre clases, donde una debe vencer a la otra. Por el contrario, se requieren ciudadanos dispuestos a denunciar nefastas realidades al mismo tiempo que invitan a sus pares a sumarse a la tarea de forjar el cambio.

Ya no suman aquellos que buscan la transformación social con el seño fruncido y el dedo acusador jugando al todo o nada. Más bien se requiere de ciudadanos que, con seriedad y alegría, se tiendan las manos lo unos a los otros y le alivien mutuamente la carga que implica el compromiso de construir un mundo donde la pobreza sea cosa del pasado.

El desafío está ahí… ¿Qué vas a hacer?


David Alfaro Serrano.

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