Ana Larrán*.
22 de Abril, 2008.
22 de Abril, 2008.
La libertad de expresión, de producción, de elegir nuestro trabajo y de hacer con nuestras acciones y decisiones lo que nos parezca mejor o más conveniente, es algo esencial en el hombre, tan esencial que no puede despegarse de otra de las cualidades que debemos asumir como Homo Sapiens: el ser responsables, de lo que hacemos y decimos.
Quiero aprovechar este espacio para hablar de un problema del cual no soy experta, sin embargo he tenido la suerte de contar con algunas opiniones y clases: la sojización de los suelos. No pretendo, con esto, tomar bando en las últimas situaciones del país. Simplemente me parece necesario que pensemos entre todos. No se trata de blancos y negros: todos nos manejamos en grises y hay que asumirse con esa cualidad humana; nadie tiene la verdad. Por eso, este artículo es solo otra visión, otra voz que se suma a todas las opiniones.
Tenemos una tierra fértil. Tenemos un país, donde el trabajo del campo siempre fue importante. Tenemos una demanda importante de soja en el exterior y poca consumición dentro de argentina, por eso, cultivamos soja. Es lógico. Según una lógica capitalista, sí. Así funciona, esas son las reglas de la sociedad de hoy. Pero el suelo, incluso el nuestro, tiene otras reglas, tiene otros tiempos y tiene una forma de reacción, que no se adecúa a la demanda de granos.

Una de las consecuencias más graves y más directas, es el desmonte de los bosques, que se intensificó mucho para poder cultivar. Esta no es una consecuencia directa de la sojización, pero sí correspondió al boom de la soja. La disminución de “El Impenetrable” en el Chaco y la tala indiscriminada de bosques nativos es la responsable, en última instancia, de las inundaciones en Salta, lo mismo que sucedió con los famosos lotes 32 y 33, donde muchas familias aborígenes tuvieron que ser trasladadas para poder utilizar esos lotes para el cultivo.
Por otra parte, la soja transgénica es una planta que absorbe los nutrientes de la tierra (especialmente el nitrógeno y el fósforo, pero también otros), desfertilizando y degradando la misma. La rotación, en este sentido, es necesaria. En el norte, la soja se rota (o debería rotar) con cártamo, especie de cardón del que se extrae un aceite de uso industrial, y trigo. El primero de estos productos oxigena el suelo y el trigo lo nitrogena. De esta manera, se compensaría la desfertilización producida en la siembra de la soja, como también mejoraría el rendimiento de la misma. No hacerlo perjudicaría al mismo productor que, a la tercera o cuarta siembra, debería gastar fertilizantes o productos químicos que mejoren el suelo, como también en mano de obra que lo acondicione.
Como herbicida se usa el “glifosato”[1], conocido comercialmente como Roundup de Monsanto, que es pulverizado sobre las plantaciones, porque se absorbe por las hojas, no por las raíces, como la mayoría de los herbicidas y está desarrollado para la eliminación de la mayoría de las hierbas y arbustos perennes. Es un herbicida total y su uso acelera la desfertilización de la tierra, provocando que se demore mucho más en renovar y que el daño sea más profundo.
En las zonas de cultivo de soja, se observa, además, mayores incidencias de ciertas enfermedades y problemas de salud, como el cáncer, las malformaciones o alergias. Esto se debe, no sólo al consumo de productos transgénicos (consecuencias que todavía son investigadas por numerosos centros de salud), sino también por la aplicación del glisofato, que se esparce vía aérea y es un agroquímico de gran potencia.
Hasta aquí las principales consecuencias de este cultivo, pero no la de nuestros actos. La tierra va a seguir su rumbo. Ha sobrevivido millones de años, aguantando calentamientos y enfriamientos terribles. El problema es que estamos destruyendo lo que permite vivir al hombre, nuestro propio hábitat. Y de esto somos responsables. Es importante mencionar que no es sólo la sojización lo que acarrear problemas de este tipo, hay muchos otros factores que exigen, cada vez con más urgencia, que se comience a implementar una política ecológica seria. Quizás resolver estos problemas es mucho más urgente y más factible que invertir en cuestiones como el calentamiento global. Hay que ir de a poco, creo yo. Y este, el de la sojización y de los cultivos transgénicos, es un buen ejemplo.
Es importante marcar que una política seria requiere compromiso y que sea sustentable. Prohibir el uso de semillas transgénicas a ciertos países, porque es necesario que “alguien” conserve el aire puro o el agua del planeta es una ironía, una herramienta importante de algunos gobiernos u “ong’s”, que esgrimen la bandera de la ecología para poner trabas al crecimiento o la industrialización de ciertos países o ciertos sectores. Me gustaría citar a un filósofo, con el cual, comparto muy pocas ideas: Jean Paul Sartre. En “El existencialismo es un humanismo”, nos dice: “cada hombre es responsable de lo que impide”. Tenemos que ser conscientes de lo que queremos, no de lo que despreciamos o condenamos.
Los estudios ecológicos y ambientales no son objetivos, acarrean intereses y, básicamente, los hombres no sabemos las reacciones de las capas más profundas de la tierra, no sabemos lo que “la providencia” puede acarrear, pero sí somos responsables de lo que hacemos, responsables de todas las consecuencias de nuestros actos. No vale el “yo no sabía”, no vale el “no era mi intención”. Somos responsables de saber, de saber que es lo que estamos haciendo, que estamos construyendo, de asumir los grises de nuestras decisiones y convicciones.
[1] N-(fosfonometilo) glicina
* La autora es perito en bioética.
1 comentario:
MUERTE A LOS PINGÜINOS
Para que el sector privado piense a largo plazo y se observen comportamientos "sustentables" con relación a los recursos disponibles, hace falta que el país de señales claras de "estabilidad macroeconómica". De lo contrario, tanto los latifundistas aristócratas represores como los pobres hombres de campo con unas pocas hectaeras, van a pensar siempre en beneficios cortoplacistas.
Antes de pensar en salvar a los pingüinos empetrolados o a las ballenas que se manducan los japoneses, hay que conseguir coherencia macroeconómica. Porque para poder hacer lo primero hay que tener lo segundo. El crecimiento de un país no es un fenómeno monetario, se consigue generando inversión, y para que las inversiones lleguen hay que generar un "clima de inversión", un primo cercano de la "estabilidad macroeconómica. Es fundamental, entonces, garantizar la "libertad de expresión, de producción, de elegir nuestro trabajo y de hacer con nuestras acciones y decisiones lo que nos parezca mejor o más conveniente".
A todo esto Greenpeace es "La nausea", un grupo de lobby que abusa de un problema para ganar guita.
Juan Pablo
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